Nuestro siguiente destino en busca del trofeo animal fue el pueblo de La Florida. Es un pueblo de no muchos habitantes que está ubicado debajo del murallón del dique que lleva el mismo nombre. Estimando que era sabado a la siesta y la gente de campo suele dormir en esos días, nos animamos a hacer una expedición por las calles de tierra de ese lugar. Avistábamos gallinas por doquier, pero siempre en zonas muy “céntricas” o demasiado populares, cosa que lo único que lograba hacer era avivar nuestra sed de sangre. Finalmente decidimos recorrer un camino que iba por la costanera de un arroyo el cual parecía perderse levemente del caserío. Fue grande nuestra emoción al ver que en las costas del arroyo se veían no solo gallinas, sino también varios patos. Operando un poco mas precavidamente, siguiendo las sabias palabras de quien fue, en ocasiones, nuestro compañero de viajes como también nuestro salvador en otras, dijimos: “tipo precavido, elabora un plan de caza”. Frenamos el auto varios metros antes, Juan se alejó por el camino tratando de encerrar a los animales desde el lado contrario por el cual iba a atacar yo acompañado por el “nono” Vila. Comenzamos a cerrarnos poco a poco hacia los de pico duro, no queríamos apurarnos, teníamos muchas presas y debíamos esperar que se separe una del montón para hacerla nuestra. Ya nos habían avistado hace unos momentos cuando la primer gallina se dio a la fuga seguida del resto de sus compañeras y los patos que aprovechando la escaramuza corrieron hacia el lado de Juan, el cual no logró atinarle a ninguno de los tantos animales que lo cruzaban asustados y terminamos como en la anterior hazaña corriendo tras una manada de animales, con el agravante que esta vez casi terminamos en el agua.


Ya cayendo el sol, estábamos preparados para el banquete. Definimos lugar, hora, bebida y todo lo necesario para regocijarnos con nuestro premio. Llegado el momento, Juan, el cocinero del grupo (quien se ganó el lugar por sus grandes dotes en esa labor), puso el pollo a la parrilla junto a unos chorizos para acompañar. La noche transcurría con normalidad esperando con ansias el alimento y queriendo comprobar esa frase de que lo robado sabe más rico. Al fin llego, todos en la mesa, con sus platos servidos, un brindis de por medio y al ataque mis valientes. Los cubiertos despedazaban la carne y los primeros bocados fueron saboreados. Las caras no eran precisamente las del mejor gusto, y empezaron a correrse comentarios de que la carne estaba chiclosa y dura. Bocados más tarde, ya nadie pudo seguir comiendo el desgraciado pollo y terminamos conformándonos con los chorizos.
Días después, en una charla sobre lo ocurrido con la abuela de Luis, luego de contarle sobre el mal sabor de la presa, paso a respondernos con mucha gracia:
-Pero claro! Debe haber sido ponedora y las ponedoras no se comen.
Fue desde ese día, que todos sabemos que las gallinas que ponen huevos, no sirven para la parrilla.
jajajajaajajajajaa!!! que culiadoooo!! no se pudieron haber comido una ponedoraaa!!! jajaja!! me haces acordar a mi viejo q una noche medio empedo con sus amigos no se dieron cuenta y sacaron una de ellas del gallinero!! despues se quisieron matar al probarla!! jajaja
ResponderEliminarjhajajajajaj tremenda historia conclucion las que ponen no se comen (?) :O
ResponderEliminarSon cosas que pasan!
ResponderEliminarIgual yo no aplicaria la definicion de "Las que la ponen no se comen" a todos los campos de la vida :O jajaja :P