Historias, anectodas, frases, curiosidades y otras yerbas

3 de julio de 2010

Carolina y Lujan (Parte II)

Subidas, bajadas, curvas, ríos, badenes y cortadas transcurrían como de costumbre en cualquier camino montañoso. En ocasiones, era imposible evitar el instinto frustrado de corredor de rally de nuestro conductor y disfrutar (en la mayoría de las veces) del pisar del acelerador y tomar las curvas como si el mismo Sebastian Loëb le hubiese enseñado y prestado el C4 para dar una vuelta con los amigos.


La frustración de nuestro amigo se remonta al día en que algún señor se acercó a su taller ofreciéndole ser el conductor de un auto de rally en competencia, idea que se vio completamente desanimada por sus padres. Posterior a la negativa de los progenitores, se genero en él una descomunal simpatía por la suma de: caminos de tierra mas autos. Ni hablar si a la ecuación se le agregaba un badén con agua, el éxtasis era total.


El auto se comportaba de manera esplendida frente a todas las situaciones que podían tocarnos, surcando sin quejarse (aunque algunos traten de vapulear su reputación) todo clase de lugar al que lo llevásemos. Pero como siempre dice mi vieja, no hay que abusar. Esto se debe a que a pesar de su excelso desempeño y sabiendo que con más de 25 años de vida (el auto era más grande que nosotros) no era para andar sobreexigiendo al pobre. Y digo esto ya que en ocasiones, sus caballos de fuerza se veían superados por alguna subida empinada. En esos casos el modus operandi era básico, bajarse y empujar. Pero aquello no era empujar con el desánimo de estar tratando de movilizar a lo que debería estar movilizándonos, sino con el orgullo y el honor de saber que estábamos devolviéndole un poco de toda la satisfacción que nos brindaba, y sabiendo que de algún modo se sentía mal por obligarnos a tocarle la cola.


Sin embargo para los que nos tocaba empujar, una buena excusa para ahorrarse el desgaste físico, era tener una cámara a mano. Claro, ya que en el afán de documentar toda experiencia que nos atravesase, quien les habla se ponía a sacar fotos, mientras el resto se encargaba de subir el auto hasta la cumbre.


El camino comenzó a enderezarse dejando a la vista unas prominentes antenas a mano derecha. Estando debajo de las mismas, pudimos constatar que habíamos llegado al punto más alto del camino, era la cumbre del cerro El Amago, donde se encontraba una estación repetidora del canal de aire provincial. Siendo poseedor el 12, de una pantalla LCD de 12", frenamos en ese lugar, la encendimos y haciendo un corto zapping pudimos deleitarnos momentáneamente con la programación en vivo y directo de lo que sería un canal de aire.


El hecho no paso a mayores y continuamos el recorrido. Pero ahora la situación era completamente diferente, ya que podíamos apreciar como la vía de descenso se empinaba copiando la pendiente de la sierra, dejándonos despavoridos por la belleza del paisaje que nos sorprendía. Había quebradas al este y al oeste. Ya hacia el norte podíamos divisar un valle con el pueblo de San Francisco. Teniendo en cuenta lo vertical de la trayectoria y con el fin de evitar recalentar los frenos, sugerí al conductor que descendiera en primera marcha evitando pisar el freno, aprovechando que el camino ya era asfaltado. La propuesta paso desapercibida pese a habérsela repetido varias veces, desencadenando en un olor a freno quemado que fue corroborado al bajarnos del auto y ver cómo salía humo de las ruedas.


Concluida la travesía serrana, nos vimos recorriendo el pueblo de San Francisco en lo que era una inminente vuelta a casa. Pero aprovechando que el sol no empezaba a caer todavía, decidimos hacer una visita a nuestro frecuentado pueblo, Lujan. Una vez allí nos abastecimos de comida y decidimos ir a un hermoso lugar llamado "Las higueritas".


Para llegar a Las higueritas hay que recorrer unos 1000 metros en auto siguiendo una huella, la cual desemboca en una bella costanera de sauces y nos inunda con el canto de los pájaros y del agua sobre las rocas. Endulzados por tan relajante paisaje comenzamos a recorrer la huella que nos conduciría al lugar, pero no habiendo hecho más de 20 metros la idea se vio opacada por algún motivo y debimos emprender la vuelta. No fue tan sencillo como parece, ya que tratar de girar 180 grados un auto de 4,50 m de largo en una huella del mismo ancho no es tarea para cualquiera, mucho menos si a los costados del camino tenemos un pequeño canal con un curso de agua. Todos abajo haciendo señas como para estacionar un avión guiábamos al conductor en la ardua tarea que transcurría bien, teníamos el 90% del trabajo finalizado cuando en una desatinada maniobra, el neumático delantero derecho cayó dentro del surco embarrado. Tal fue nuestra suerte que por más que girara y girara la rueda, el coche no se inmutaba. De la misma manera que las empinadas subidas, había que empujar. A la cuenta de tres todos hicimos fuerza, Luis aceleró, el auto patino unos instantes regalándonos un cubierta de barro, pero logró salir.


Poniéndole fin a nuestras aventuras, estacionamos bajo un sauce a rehidratarnos y descansar un poco del viaje. Charla que va y que viene, las ramas del árbol sufrían poco a poco mientras cortábamos trozos de ellas. Su sufrimiento no fue en vano, ya que junto con una cabeza de vaca que había al costado del camino, le hicimos un hermoso atuendo al auto, el cual permaneció para deleite de los pueblerinos mientras emprendíamos la vuelta a nuestros hogares.


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